jueves, 18 de febrero de 2021

FRANCISCO MIRALLES: El bailarín de los zares.

Muchos han sido los valencianos y valencianas que han dejado su huella y son hoy recordados con los más altos honores. Otros, sin embargo, y a pesar de haber hecho méritos extraordinarios, han caído en un injusto olvido.

En “Crónicas Valencianas” vamos a rescatar a uno de estos valencianos, un bailarín concretamente. Un valenciano que exhibió su talento innato para la danza ante el mismísimo Zar de Rusia.

Hablamos, en esta ocasión de Francisco Miralles: el bailarín de los zares.

En la calle de Sagunto, en el siglo XIX…

De los orígenes de nuestro protagonista conocemos que nació en el año  1871, en el seno de una humilde familia que vivía en la calle Murviedro, la actual calle de Sagunto. Dicha familia se dedicaba al comercio de lonas y utensilios de cáñamo, actividad que al pequeño Francisco no parecía atraerle mucho.

Porque lo que a Francisco Miralles le apasionaba era la danza, hacia la cual había mostrado un interés desmedido desde bien pequeñito, lo que motivó que comenzase a tomar sus primeras lecciones de baile.


Por aquel entonces, en Valencia existía una desmesurada afición por la música y el baile, y las danzas clásicas de todos los estilos y regiones eran enseñadas en academias por “mestres”  que utilizaban los más ingenuos y originales métodos para enseñar a sus alumnos.

Los comienzos como bailarín.

La revista Estampa, allá por 1929, recogía de la mano de Enrique Malboysson como eran aquellas primeras lecciones que nuestro protagonista tomaba. En las páginas de la revista, se narraba como e maestro, que empuñaba las castañuelas en todo momento, hacía sentar a su mujer en un ángulo de la estancia mientras que en otro punto de la sala clavaba una cartulina con la imagen de un santo a la pared. Los alumnos, alineados, empezaban a avanzar y retroceder mientras, al ritmo de una música tarareada y acompañada por el sonido de las castañuelas, inundaba la estancia. En determinado momento el mestre gritaba “¡Vista a la meua dona!” y los alumnos se giraban rítmicamente y sin perder el compás hacia la esposa del maestro. Con un “¡Vista al sant que està a la paret!” de nuevo los alumnos realizaban ese giro.

Una carrera meteórica.

Rosario Rodríguez, profesora del conservatorio Superior de Danza de Valencia y autora del libro “Pasos de baile para una leyenda” comenta que “Desde que Miralles se inició en la danza de la mano de maestros como Ramón Porta Ricart, en el ámbito de la tradicional, y de Vicente Moreno, en el de la académica, no dejó de triunfar”.

Y es que pronto, el talento de Miralles llamó la atención de las compañías de danza, como el propio bailarín relató a Estampa, pronto  fue reclamado “como primer bailarín del Rango Franco Español que recorrió las principales poblaciones de Europa. Después embarqué para las repúblicas del Norte y sur. De new York pasé a Finlandia y, últimamente a San Petersburgo”.

La fama como danzarín de Francisco Miralles pronto creció hasta el punto de bailar en diversas cortes como la española, la persa y la griega, pero, sin duda, fue en la Rusia Imperial uno de los lugares donde más reconocimiento tuvo.

Como el mismo declaró, en Rusia trabajó mucho y “El zar Nicolás y la zarina Alejandra Feodorovna , me distinguían mucho y me llevaban a su palacio con frecuencia”. Incluso llegó a enseñarle algunos pasos de baile al propio zarévich Alexei y llegó a conocer al siniestro Rasputín de quien dijo que “era un ser muy antipático. A todos los artistas que por expreso mandato de sus majestades los zares interveníamos en las fiestas palatinas, no tenía un odio feroz”

En Rusia, el bolero era el baile que más apreciaban y Miralles lo bailaba como nadie. Tanto es así, que muchas noches, después de hacer sus representaciones en el Teatro Imperial, era llevado a salones privados del mismo teatro para bailar ante personalidades de la alta sociedad rusa.

Finalmente, a raíz de la Revolución Rusa y el derrocamiento del Zar Nicolás, Miralles abandonó Rusia y se instaló a Paris donde dirigió reclamado por la Dirección de la Gran Opera y donde ya había cosechado un gran éxito en 1913 con su papel de Le bohémien en el espectáculo Dolly de Gabriel Fauré, justamente bajo la dirección del que sería director de la Opera de París, Jacques Rouché.

En la capital francesa fundaría una academia que pronto, y debido a su fama, se llenó de alumnos hasta el punto de tener que abrir dos más. No cabía duda que Francisco Miralles había triunfado y llegó a ser una de las más importantes figuras de la danza a comienzos del siglo XX.

Un valenciano exitoso pero, como muchos otros, caídos en el olvido. Sirvan estas líneas para recordar a un valenciano que, sin duda, llevó el nombre de nuestra tierra hasta la misma corte de los zares de Rusia.


© Carlos Montero Rocher

martes, 7 de julio de 2020

María Ladvenant, la actriz valenciana que triunfó en el siglo XVIII.




El teatro, el cine y la televisión españoles han contado desde siempre con grandes actrices y actores valencianos. En esta ocasión, hablaremos de una de las más famosas actrices y cantantes de su época. Un época eso sí, lejana ya puesto que hablamos de la segunda mitad del siglo XVIII, pero que nos da una idea de lo importante de las artes escénicas en la cultura valenciana.
En Crónicas Valencianas, recuperamos la figura de María Ladvenant.

Cuatro grandes divas en la escena española del siglo XVIII.

Escribió Vidal Corella en el año 1960 que “durante la segunda mitad del siglo XVIII brillan en la escena española cuatro de las más populares artistas que ésta ha tenido en dicha época; cuatro maravillosas comediantes, a cuál más genial y eminente, capaz cada una de ellas de señalar un ciclo artístico en el Teatro nacional. Fueron estas comediantes María Ladvenant y Quirante, la “Divina María”, como era llamada por su arte y su belleza; María del Rosario Fernández, su sucesora, más conocida como “La Tirana”; María Antonia Fernández, “La Caramba”, famosa por su gracia y desenfado y Rita Luna, a quien Goya pintó su retrato…”.

De todas las actrices antes mencionadas, sin duda la que más éxito y fama cosechó fue la primera pero ¿quién era María Ladvenant?

María Ladvenant - Wikipedia, la enciclopedia libre
Retrato de María Ladvenant.

Una actriz nacida en Valencia.

Se sabe que nuestra protagonista nació el 23 de julio de 1741 en Valencia. Hija de actores de modestos teatros que repartían sus escasas ganancias con el Hospital Provincial de Valencia, se vieron estos abocados a abandonar la ciudad cuando el Arzobispo Mayoral, por decreto del rey Fernando VI, mandó cerrar todos los teatros de Valencia por tiempo indefinido en el año 1748.
Así fue como Juan Ladvenant, padre de María, y el resto de la familia llegaron a Madrid y, destacado actor como era, se colocó en la compañía de Teresa Garrido mientras la joven María comenzaba a tomar clases de interpretación.

Según un cronista de la época, en la educación de María Ladvenant “no tuvieron parte aquellos impostores que hacen costosa la ignorancia y hereditaria la preocupación. Su ingenio perspicaz y superior nunca supo sujetarse a aquel estudio estéril en que aprendiendo a discurrir por cabezas ajenas no se deja a la propia tiempo para pensar. Menospreció todas las artes falsas y su corazón tierno y sensible, necesitaba pocos preceptos para llegar a los sublime”.
Por fin llegó el debut de María Ladvenant. Fue en la primavera de 1759 en el teatro de la Cruz y lo hizo actuando como racionista en la compañía de José Parra aunque, apenas un año después cambiaba de compañía y de status ya que pasó a ser segunda dama y sobresaliente en la compañía de José Martínez Gálvez.

Poco a poco, la fama de la Ladvenant fue creciendo y el 13 de junio de 1760, en el teatro del Buen Retiro, en un acto en honor a Carlos III, nuestra protagonista alcanzó su mayor triunfo como dama de la música. Dado su éxito, en 1763 sería nombrada directora de una de las compañías teatrales de Madrid y su estrella comenzó a brillar por encima de las demás.
Sin embargo, y como ocurre por desgracia a menudo, el éxito de María Ladvenant trajo consigo el odio y la envidia de sus propios compañeros de profesión. Precisamente otra artista valenciana, Mariana alcázar Peña, fue una de las que con más inquina se dedicó a hacer le la vida imposible urdiendo todo tipo de tramas.
Otra de las artistas que trató de dañar a nuestra protagonista fue María Teresa Palomino, “La Pichona”, quien según relató Vidal Corella “fue notable por sus pelamesas con María Ladvenant, a quien intentó un proceso criminal sobre palabra y otras cosas, siendo, a su vez, objeto de otro procedimiento por parte de ella”.
Pero el mayor desagravio contra la actriz se produjo cuando fue nombrada en 1763 directora de compañía. En esta ocasión fueron Sebastiana Pereira, una artista de su propia compañía junto a Nicolás de la Calle y Gabriel López quienes enviaron al rey un informe contra María Ladvenant que dio con los huesos de nuestra protagonista en la prisión aunque, afortunadamente y tras comprobar la falsedad de los datos, pronto se le dio libertad.

El ocaso prematuro de una gran estrella.

María Ladvenant, aunque había logrado salir airosa de cuantas trabas le habían ido poniendo sus enemigos, acusó el último golpe y junto a las luchas sostenidas, su desafortunada vida amorosa y el propio trabajo de actriz, hicieron que enfermase y en 1767, con tan solo 25 años, la vida de María Ladvenant se apagó definitivamente.
Se aseguró entonces que la muerte de la actriz dejó huérfano al teatro y se publicaron un sinfín de folletos y publicaciones que ensalzaban el trabajo y la vida de la Ladvenant quien, a pesar de su prematura muerte, dejó cuatro hijos de los que solo su primogénita, Silveria Rivas Ladvenant, heredó la vocación, que no el éxito, de su madre.

María Ladvenant y Quirante, primera dama de los teatros de la ...
María Ladvenant fue incluso tema de ensayos sobre teatro.

Desde Crónicas Valencianas rendimos homenaje a esta valenciana que triunfó y de la que apenas se habla hoy en día. Recordamos la figura de una mujer nacida en Valencia que, en su época, llegó a convertirse en la más genial y eminente artista de la escena española.

viernes, 3 de julio de 2020

Palas Atenea: Una diosa griega en la ciudad de Valencia.

Valencia está llena de sorpresas. A cada paso que damos al pasear por nuestra ciudad, surgen a menudo elementos que nos llaman la atención y nos hacen arquear las cejas en señal de sorpresa.
En la Avenida de Blasco Ibáñez, muy cerca de los Jardines del Real, tenemos un claro ejemplo ya que, en este punto, encontramos una escultura de Palas Atenea de vivos colores. Pero, ¿qué sabemos de esta hermosa representación de esta diosa clásica? Y ¿cómo llegó hasta ese punto de nuestra ciudad?

Algunos datos sobre la escultura.

Antes de entrar en materia, es recomendable realizar una breve descripción de esta magnífica escultura de casi cuatro metros de altura. La estatua representa a la diosa Palas Atenea portando un peplo de color azul y una túnica anacarada así como los atributos propias de esta deidad griega como la esfinge sobre el yelmo dorado, la Egida o escudo con la representación de la cabeza de Medusa o la victoria alada que sostiene sobre su mano derecha.

La escultura de Palas Atenea.

La bella escultura fue obra de Roberto Roca Cerdá, nacido en Ontinyent en 1892 y fue inaugurada el 12 de noviembre de 1967. Para su construcción se recurrió a la técnica conocida como cerámica y refractario y su inauguración tuvo como trasfondo el homenaje que se le brindó a Manuel González Martí, fundador del Museo Nacional de Cerámica y que incluyó su nombramiento como Hijo Predilecto de la Ciudad.

Así llegó la diosa a nuestra ciudad.

El propio Manuel González Martí declaró en enero de 1966 que Valencia iba a poseer pronto una gigantesca estatua de cerámica aunque se pensó primera primeramente en la representación de otra diosa clásica: Minerva.

En agosto de 1965 se convocó un concurso para ver quien presentaba el proyecto que más gustase, especificando claramente que el trabajo debería llevarse a cabo mediante la técnica de refractario y cerámica.

A dicho concurso se presentó el escultor carámico Roberto Roca quien ya en la década de los años 20, había presentado el modelo de una Palas Atenea en el concurso que habría de decidir el remate del edificio del Círculo de Bellas Artes de Madrid, que finalmente no ganó.

Con la aprobación del proyecto de su obra, Roberto Roca se dispuso a hacer el molde en escayola para después crear su escultura mientras se aprobaba en el Pleno del Ayuntamiento el pedestal que sostendría a la diosa, obra del arquitecto municipal Román Jiménez Iranzo.

El escultor Roberto Roca, autor de la escultura. 


Finalmente, se procedió a trasladar la escultura hasta su emplazamiento en el Paseo de Valencia al mar, actualmente Avenida de Blasco Ibáñez y, como escribe Elena de las Heras Esteban: “Así pues, frente a los Viveros Municipales, en el primer tramo ajardinado del paseo, entre frondosos cipreses y mirtos y presidiendo un estanque allí existente, fue instalada la estatua”.

En cuanto a su ubicación, quizá el hecho de haber sido instalada en lo que entonces se conocía como Ciudad Universitaria pudo determinar el lema que reza en dicha escultura: “Patria y Estudio”

El 12 de noviembre se hacían finalmente los actos de homenaje a Manuel González Martí. El periódico “ABC” recogió en sus páginas el momento en el que se descubrió la escultura de esta manera. “Cuando la bandera valenciana que envolvía la imagen cayó a los acordes jocundos de la marcha de la ciudad, interpretada por los clarines y timbales rituálicos, apareció la diosa de la Sabiduría; al reflejar en su revestimiento la cálida luz de la tarde, nos ofrecía un rutilante caleidoscopio de encendidos matices”.


Y desde ese día, la diosa Atenea, se yergue imponente en la avenid de Blasco Ibáñez.


lunes, 22 de junio de 2020

Los balnearios flotantes del Puerto de Valencia.


Que uno de los mayores atractivos que ofrece la ciudad de Valencia son us playas es algo que está fuera de toda duda, pero no siempre fue así.

En el siglo XIX, los poblados marítimos se encontraban bastante distanciados de la ciudad y sus gentes debían acudir a mojar sus pies a través de distintos medios de transporte. Primero, se hacían estos viajes en las famosas tartanas, que era el medio más popular entra la clase media debido a su bajo coste, aunque mucho más incómodo. Los más pudientes, hacían el trayecto en el tren que iba de Valencia al Grao y que había sido inaugurado en el año 1852.

Más tarde, en 1876, se inauguraba la primera línea de tranvía que cubría el trayecto hasta El Grao, movido por tracción animal y en 1892 se crearía la línea de tranvía a vapor, conocida popularmente como “Ravachol” a quien se le uniría la compañía de Ómnibus llamaba “El Barco”, que cubría el trayecto desde la Glorieta hasta El Grao.

Unas playas de lo más animada.

Desde luego, las playas de Valencia en aquellos tiempos debían de ser un lugar digno de ver. Señoras con largos trajes y camisola,  ya que el decoro les impedía ir más ligeras y el bikini ni siquiera había tomado forma en la mente de sus creadores, señores con amplios bigotes y los característicos bañadores largos a rayas, dándoselas de valientes y grupos de chiquillos alborotadores intentando meterse en un agua a menudo llena de algas y restos de frutas y ramas.

Grupo de Bañistas (Valencia) | Historia de valencia, Valencia ...

Ante este panorama no fueron pocos los valencianos de clase alta que se negaron a intimar con sus vecinos más humildes y, debido a esta circunstancia, aparecieron unos ingenios realmente sorprendentes.

Los balnearios flotantes.

Fueron dos hermanos, Ramón y Ricardo Alós, famosos constructores e inventores quienes idearon la construcción de un balneario flotante y así, en 1863 se inauguraba “La Florida”, una gran pabellón flotante instalado en la dársena del puerto junto a la escalera Real.

Según Vicente Vidal Corella, este balneario “tenía una gran piscina, balsa la llamaban entonces, y cuartos particulares, todo ello muy bien construido. Pronto adquirió forma este balneario flotante, que se vio favorecido por el público desde el primer día”.

Baño saludable y romántico en la Valencia del siglo XIX | Las ...

Pronto, como no cabría esperar de otro modo, ante el éxito de este balneario, surgirían otros establecimientos dispuestos a hacerle la competencia a “La Florida”.

“La Rosa del Turia”, un balneario marcado por la tragedia.

Cinco años después de la inauguración de “La Florida”, otro balneario flotante aparecía en el puerto, y también cerca de la escalera Real, otro balneario bautizado como “La Rosa del Turia”.
Este nuevo establecimiento ofrecía a sus clientes un tamaño y contaba con dos piscinas además de ofertar precios mucho más económicos lo que provocó una gran afluencia de público.

Con estas características, todo fue bien hasta un fatídico 29 de julio de 1871. Ese día, sobre las cinco de la tarde y con el balneario repleto de bañistas, algo a bordo de “La Rosa del Turia” comenzó a ir mal. Vidal Corella escribió que “… comenzó a balancearse toda la casa flotante, y súbitamente se hundía la parte central de la misma en el fondo del mar, entre la más espantosa confusión y griterío de la gente…”.

Aquel caos provocó que la gente se dirigiera al puentecillo que comunicaba con el muelle y el cual, debido al sobrepreso, también se vino abajo provocando la catástrofe y aunque muchas de las personas fueron salvadas por los marinos que faenaban cerca, hubo bastantes víctimas mortales.

Un último intento por mantener los balnearios flotantes.

Tiempo después de este triste suceso, en el lugar que ocupó el malogrado balneario surgió otra instalación similar llamada “La Estrella” al que, poco después se le sumaba otro establecimiento conocido como “La Perla”, ambos situados en el puerto.

Sin embargo, ya pesar de las comodidades y atracciones que se ofertaban en ellos, el traumático suceso ocurrido en “La Rosa del Turia” hizo que los asiduos en las playas volvieran a las antiguas barracas para cambiarse, a alternar con los vendedores ambulantes y merenderos típicos y, en definitiva, socializar con todos.

Tiempo después surgirían “Las Arenas” y otros establecimientos que darían finalmente a las playas de Valencia un aspecto más acorde al actual y contribuyeron a convertirlas en todo un símbolo de la ciudad.



jueves, 11 de junio de 2020

El valenciano que realizaba obras imposibles y quiso enderezar la Torre de Pisa.


La ciudad de Valencia ha dado desde siempre personajes ilustres y, a veces, otros que han sido pintorescos y aunque no han alcanzado la fama y el reconocimiento de los primeros, las historias que envuelven sus biografías bien merecen ser rescatadas del olvido.
El caso que presentamos hoy es uno de esos que, en cuanto se conozca, dibujará una sonrisa a quien lea este post.
Hablamos en esta ocasión de Ricardo Cánoves Macián, conocido popularmente como “El Pernales” sin que nada tuviese que ver con el famoso bandolero del mismo apodo.
Cánoves Macián  (Picanya  1912-1983), era un hombre sin más estudios que los básicos pero ello no le impidió mostrar una decisión y un arrojo fuera de serie y acometer verdaderas hazañas.

Ricardo Cánoves Macián, "El Pernales".

Los comienzos de Ricardo, “El Pernales, fueron duros. Era el mayor de siete hermanos nacidos en el seno de una familia dedicada al transporte de materiales por tracción animal, burros, mulas y caballos y con doce años, nuestro protagonista, como muchos niños de su época, dejó la escuela para arrimar el hombro.

Ricardo Cánoves Macián.

Sin embargo, la falta de estudios no afectó a su ambición y Ricardo Cánoves ya en edad adulta comenzó a utilizar vehículos a motor para realizar los transportes y creó su propia empresa, que en sus inicios no tenía nombre alguno, e incluyó entre sus actividades la poda y tala de árboles.

Una decisión que le saldría redonda.

 Con su nueva actividad, “El pernales” se encontró con la oportunidad de su vida. En la avenida del Puerto existía un proyecto que nadie se atrevía a realizar: la necesidad de talar de más de trescientos árboles que suponían un problema para el proyecto de urbanización de El Grao y cuyo concurso había quedado desierto tres veces. El Pernales se ofreció asegurando que necesitaría unos tres o cuatro meses para concluir la obra, sin embargo fue capaz de realizar dicha tala en 45 días. Sin interrupción del tráfico ni desgracias personales.

En esta fotografía puede verse el trabajo de la tala de los árboles de la avenida del Puerto y el reconocimiento que se le dio.

Aquel éxito le reportó fama de “hacedor de empresas imposibles” y, fruto de tanta oferta, se constituyó la empresa “Grúas Pernales S.L.” y comenzaron las obras imposibles entre las que destacaron la supresión de toda la red viaria del tranvía de la ciudad, la fijación del toldo de la Plaza de la Virgen o la colocación de la escultura del Cid en la plaza de España.
Pero, ¿Cuál era su secreto para afrontar estas titánicas empresas? La respuesta la encontramos en su propio arrojo, pero también en su capacidad de inventiva, ya que inventaba sus propias grúas o modificaba las que ya tenía para dotarlas de una mayor funcionalidad.

Otra de las obras: El toldo de la Plaza de la Virgen.

Objetivo: enderezar la torre de Pisa.

Como es lógico, las noticias de sus empresas comenzaron a circular fuera del territorio valenciano y comenzaron a llegar ofertas desde otros puntos de España y desde fuera del país. Es en esta época cuando tiene lugar un hecho singular que hace que “El pernales” merezca estar en esta sección de personajes valencianos por su buena voluntad ya que, ni más ni menos, se ofreció a enderezar la torre inclinada de Pisa y, además, se comprometía a realizar dicha hazaña en el plazo máximo de quince días.
Como el mismo declararía a la prensa pondría “mi fortuna como garantía de que el trabajo no puede fracasar”. A cambio pediría el módico precio de un millón de las antiguas pesetas a cambio de dirigir la operación y quedando a cargo de las autoridades italianas los gastos tanto de personal como de material.
“El pernales” pretendía corregir la inclinación de la torre de Pisa, que constaba de 5 metros, hasta llegar a los 3 metros de desviación ya que, según su experta opinión “no conviene ponerla recta porque perdería su gracia…”.
Pero, ¿cómo pretendía este industrial valenciano realizar dicha empresa? Cánoves Macián lo tenía claro ya que “el sistema consiste sencillamente en amarrar desde lejos, con unos cables, la torre, lo que evitaría parte de su peso para trabajar con mayor facilidad. Después efectuaría dos zanjas, y ya  bajo los cimientos de la torre, efectuaría una galería por donde pasaría una cadena con cada uno de sus cabos en una de las zanjas antedichas, en la que dos tractores irían haciendo un movimiento constante, muy ligero de ir y venir. La cadena actuaría como sierra que reduciría la tierra por la parte hacia donde no se inclina la torre, la cual, por su propio peso, regresaría hasta la posición en que se desee conservarla. Luego el vacío que dejara se rellenaría de cemento para evitar que se repitiese el fenómeno actual”
¿Os imagináis la Torre de Pisa recta? Pues nuestro protagonista estaba dispuesto a hacerlo.

El proyecto fue presentado al Delegado de Museos de Pisa, y fue sometido a su vez a la aprobación de las autoridades italianas, sin embargo, el ayuntamiento de esta localidad dejó la torre tal y como está puesto que consideró que ninguno de los proyectos presentados aseguraba la salvaguarda de la emblemática torre. Hoy en día, la torre de Pisa sigue estando inclinada pero, de haber estado recta en la actualidad, probablemente, hubiese sido obra de un valenciano.




jueves, 2 de abril de 2020

Cuando la tragedia golpeó a la Exposición Regional Valenciana.


La celebración en 1909 de la Exposición Regional Valenciana supuso un hito importante en la historia de Valencia y de toda la región. Durante la celebración de dicha Exposición, se realizaron múltiples eventos como partidos de fútbol, carreras pedestres, caravanas automovilísticas… que hicieron en delicias de todo aquel que se acercó a contemplarlos.
Pero sin duda, una de las atracciones que más sensación causó al público asistente fueron las realizadas con globos o aerostatos.
Valencia, por increíble que parezca tenía ya una larga afición por los prodigios voladores y existen datos que nos remontan, ni más ni menos, que al año 1603 cuando un labrador valenciano se fabricó, como recoge en su “Viaje entretenido” Agustín de Rojas,  Unas alas para volar, con las que arrojose desde una peña muy alta, cayendo sobre un arroyo…”. Después de esta proeza, en Valencia se fueron sucediendo estas demostraciones con relativa frecuencia y algunas fueron famosas como las realizadas por el llamado “Simpático Milá”.
Por ese motivo no es de extrañar que, en el marco de la Exposición regional celebrada en 1909, se incluyesen este tipo de eventos. Sin embargo, lo que debía ser una fiesta se convirtió en una tragedia de la que poco se ha escrito y contado.

Esteban Martínez Díaz y su globo “Mariposa”.

Contaba Vicente Vidal Corella en septiembre de 1959 que “… en el programa de los variados festejos que se habían de celebrar en la Exposición regional Valenciana se incluyó la elevación de aerostatos. Y se contrató la actuación de los aeronautas Francisco Monteiro, Mercedes Coromina y Esteban Martínez, quienes efectuaron diversas elevaciones”.
Este último, Esteban Martínez Díaz, realizó varias ascensiones de las cuales había vuelto encumbrado como un auténtico héroes tras aterrizar en lugares tan alejados de la Exposición como eran las localidades de Aldaya o Alboraya.
Las demostraciones de Martínez Díaz ofrecían, además, un plus de vistosidad ya que evolucionaba con su globo sin utilizar ninguna barcaza de mimbre donde sostenerse. Eran tan la espectacularidad de sus actos y la fiabilidad de “Mariposa” que la Comisión de festejos le había solicitado que lo cediese para dejarlo estático y dar una mayor vistosidad a la Exposición.
Según parece, Esteban Martínez habría visto con buenos ojos esta cesión pero esta debía producirse pasado el día 12 de septiembre. Fecha en la que estaba prevista su última exhibición.

Un fatídico domingo.

La mañana del 12 de septiembre el tiempo no era tan bueno como en los días anteriores ya que soplaba un fuerte viento de poniente, lo que hacía temer por la seguridad de “Mariposa” y de su piloto. Tomás Trenor Palavicino, presidente del Comité de la Exposición regional, trató de convencer a Esteban Martínez para que anulase, o al menos pospusiera, su última demostración aérea. Pero el piloto se negó a hacerlo aunque consintió en ponerse un cinturón flotador y un chaleco salvavidas por si el viento le empujaba hacia el mar y caía en él.
Finalmente, la ascensión se produjo y, en tono jocoso, Esteban Martínez se despidió del público con un “¡Adiós, voy a darme un baño!
Según cuentan las crónicas, el globo se elevó rápidamente atravesando las nubes y permaneciendo por unos momentos en los alrededores de la explanada de la Exposición para después, lógicamente, ser arrastrado hacia el mar ante la atenta mirada de los espectadores que, aparte de la zona de la Exposición, abarrotaba las playas y veía la situación inestable del globo y como su piloto iba arrojando lastre para ganar más altura. Sin embargo el globo inició un descenso rápido hacia el mar.
Según recogió Vidal Corella: “La gente de mar más pronto que el curioso público, se dio cuenta exacta del riesgo que el aeronauta corría, y en humanitario altruismo varios marineros, desde el puerto, se lanzaron con sus botes por las alborotadas aguas del mar”.
Entre las embarcaciones, salió el remolcador “Manuel María” portando a bordo a las preocupadas autoridades y representantes del Comité de la Exposición, que se sumaron angustiados a la búsqueda del aeronauta.
Tras dos horas de búsqueda, se divisó por fin el globo “Mariposa”, a unas diez millas del remolcador. Esa distancia, sin embargo y debido

al fuerte viento y al estado del mar, se convirtió en toda una odisea para el “Manuel María” cuya tripulación se desesperaba al darse cuenta de que la noche pronto haría acto de presencia.
Cuando la oscuridad envolvió el mar, el remolcador y el resto de embarcaciones dieron por finalizada la búsqueda y regresaron al puerto donde decenas de personas les recibieron en medio de un silencio que no hacía presagiar nada bueno.
Al día siguiente se realizaron nuevas búsquedas, pero a Esteban Martínez Díaz no se le volvió a encontrar. El último vuelo del “Mariposa” y su intrépido piloto acabaron en el Mediterráneo y su historia merece, al menos eso, ser rescatada.

sábado, 28 de marzo de 2020

Alardo Prats y los endemoniados de la Balma

Existen ocasiones en las que una simple conversación en un ambiente relajado enciende una mecha que enciende la llama de una auténtica aventura. A veces, solo hace falta que alguien deje caer, casi sin quererlo, un dato, una historia oída hace tiempo, un rumor, una leyenda para que las mentes de quienes sienten pasión por contar historias monten auténticos dispositivos en su interior para intentar llevarlas a cabo y averiguar cuanto hay de cierto en las palabras que acaban de escuchar.
Eso es lo que le sucede a un periodista llamado Alardo Prats, cuando una noche de otoño oye como un familiar le relata, junto al fuego de una chimenea, una serie de extraños acontecimientos que vienen teniendo lugar en un remoto y escarpado lugar del Maestrazgo castellonense.
Son historias de demonios, de oscuros seres que deambulan por las cercanías de la Sierra haciendo sus maléficas actividades. En un momento de la historia, Alardo, fascinado por la historia y creyendo que, como casi todas, se trata de una mera leyenda, escucha algo que le hace poner su piel de gallina cuando pregunta si, realmente, existen esos demonios.

-              Sí, hay demonios. Y endemoniados. Todos los hemos visto en la Balma, adonde van para librarse los poseídos.


El inicio de una aventura de tres días.


Ya no hace falta nada más para que la mente del periodista quede totalmente obsesionada por aquella historia. A partir de ahí, mientras compagina su labor periodística redactando cuantos artículos puede para el periódico en el que trabaja, su idea se ha macerando lentamente y ha ido investigando acerca de aquellos extraños acontecimientos que se daban en el lugar conocido como la Balma.
Sus investigaciones dan su fruto en forma de una información en la que se confirma que sí, que todos los años, durante los días 6, 7 y 8 de septiembre más de 10.000 personas se reúnen en este escarpado y remoto lugar para ayudar a que, las personas poseídas por demonios, expulsen las diabólicas influencias que les atormentan
Con su cuaderno presto a tomar todas las indicaciones de todos los acontecimientos que estaá a punto de presenciar y que sin duda marcará su vida, Alardo toma el tren hacia Valencia y, una vez allí se dirige sin perder un segundo hacia el enigmático santuario de la Balma.
A medida que el periodista se acerca a su destino final, el camino se va atestando de caravanas de carros tirados por caballos procedentes de diversos pueblos de Cataluña. Algunos, situados a más de 200 kilómetros de distancia, lo que supone varias jornadas de duro y penoso viaje.

-              ¿Llevan ustedes algún endemoniado?- pregunta Alardo Prats.

-              Ca, vamos solo a verlos.

La primera endemoniada.

Durante esta parte del camino, el periodista va entablando conversación con todos cuantos puede entrevistar, para tratar de conocer algo más de lo que le espera. Es en una de estas aproximaciones a uno de los carromatos cuando le dicen que, un poco más adelantados, va caminando una endemoniada que se dirige al santuario.
Excitado ante la revelación, Alardo Prats no tarda en dar alcance al carromato. Éste, procede de Iberzos, un pueblo de Castellón situado a más de 120 kilómetros. Abriendo paso a la comitiva, una mujer, descalza y con los pies ya terroríficamente llagados, camina lanzando blasfemias y oraciones al mismo tiempo dando un espectáculo realmente aterrador y dantesco sin que nadie de los que la acompañan, subidos al carromato, hagan el menor esfuerzo por librarle, aunque sea por unos instantes, del terrible sufrimiento.

-              Viene andando desde Iberzos. Dice que está endemoniada. ¡Ya se verá! Si no se cura en la Balma, es que está loca.

Observando las evoluciones de la desdichada, entre barrancos que van oscureciéndose cuando el sol se esconde, llegan a Zorita del Maestrazgo, el pueblo donde se hospedarán y que se halla a poca distancia de la ingente mole de piedra caliza de unos 2000 metros de altura, donde las rocas forman cuevas y agujeros en la misma montaña.
Es en uno de estos agujeros donde se encuentra la cueva milagrosa donde se libra de los demonios a las personas poseídas.
Antes de retirarse a descansar, Alardo Prats ve una imagen que le hace dudar si realmente los demonios andan sueltos por las montañas. En medio de la oscuridad, miles de pequeñas hogueras van salpicando la negrura de la montaña, son los visitantes, familiares de estos poseídos y ellos mismos, quienes se preparan para pasar una noche al raso, a la espera de los milagros que se sucederán al día siguiente.


La cueva milagrosa.

Excavada en la dura roca del macizo donde se encuentra, la cueva donde se realizan los exorcismos presenta un aspecto mórbido y tenebroso, sin casi ventilación y con escasa luz.
Alardo observa, ya en el día siguiente a aquel en el que ha llegado a la Balma, como a una desdichada mujer, la cual se asegura que está endemoniada como tantas otras personas es auxiliada por una vieja para que desmonte de la cabalgadura donde se encuentra.
Ante las aseveraciones de sus acompañantes, que cuentan a Alardo Prats que muchos médicos han visitado a la desdichada sin saber la causa de su mal, la vieja, con cierto aire irritado les espeta:

-              ¿Qué saben los médicos de estos males? Nada. Solo un milagro puede curarlos.

En ese instante el periodista asiste, en el zaguán de entrada a la ermita, al primero de los exorcismos que verá durante estos días. La endemoniada, procedente de una masía del término de Codoñera, en Teruel, pide agua. Al momento, otra de las viejas aparece con vaso de agua turbia que acerca a los labios de la desdichada.

-              Tome, es agua bendita.

La mujer entonces vocifera, blasfema y se niega a beber el agua que le han traído. Aseguran que son los demonios quienes no le dejan beber y es entonces cuando la pobre comienza a retorcerse en el suelo con movimientos terroríficos ante la mirada atónita de Alardo.
De repente, alguien grita que han de llevarla ante la Virgen. La posesa se resiste, se revuelve y hacen falta cuatro fornidos hombres para que la levanten en vilo y la lleven al interior de la cueva entre las blasfemias y las injurias que escupe la endemoniada. Delante, dos viejas caminan portando velas.
“Un negro túnel con salientes de rocas, abierto a pico en la caliza dura. Es una decoración de pesadilla esta entrada, y este pasadizo de catacumba, negro de tinieblas.”Así describe el periodista aquel escenario que bien podría haber inspirado un relato de Poe.
Durante noventa metros casi a oscuras, por ese pasadizo del terror la comitiva va internándose en las entrañas de la montaña.
La poseída sigue resistiéndose, en el vano de la puerta ha logrado soltarse de las fuertes manos que la apresan y ha conseguido asirse para no continuar la marcha mientras que sus captores, maldiciendo y utilizando todas sus fuerzas, pelean con ella para volver a dominarla. Alardo Prats no puede dar crédito a lo que ven sus ojos: una mujer con una fuerza sobrehumana que puede con cuatro hombres fornidos.
En ese instante, otra de las viejas que se hallaba en el interior de la cueva, sale y se acerca a la pobre mujer arrojándose en la cara un vaso de esa agua que minutos antes no ha querido tomar. Como si fuera ácido lo que le acaban de arrojar, la mujer se lanza las manos a la cara, momento que aprovechan los cuatro hombres para empujarla hacia el interior de la cueva donde tendrá lugar el acto de expulsión de sus demonios. Donde la espera la imagen prodigiosa que ha de obrar el supuesto milagro.
Colocada cerca de la imagen de la Virgen, la infeliz se sigue revolcando en el suelo, gritando y arañándose la cara o rasgando sus vestidos. En un momento dado, se dejan ver sus pechos desnudos por la acción de su delirio mientras repta como si fuese una culebra o, como dice una de las viejas, la cola de una lagartija recién cortada.
Las viejas se afanan en realizar sus extraños ritos. Alardo Prats asiste como le atan a la endemoniada unos lazos azules en los pulgares.

-              ¡Ahora saldrán! ¡Ahora saldrán los demonios!- gritan las viejas.

Según relatan, esos lazos son el mejor exorcismo para que los diablos que poseen a la mujer abandonen su cuerpo y la dejan en paz.
Cuando por fin, y con gran esfuerzo, le colocan los pequeños trozos de tela azul, comienza una serie de oraciones a viva voz por parte de estas misteriosas y oscuras ancianas:

-              ¡Que le salgan por las manos!

-              ¡Por los pies!

-              ¡Por los ojos no, que se quedará ciega!

La desdichada, se desuella las manos y las hace sangrar intentando quitarse los lazos. Una muchedumbre, que ha acudido a ver el milagro en primera persona, se suma a los ruegos de las viejas impertérritas ante la imagen de sufrimiento que les muestra la endemoniada.
Durante dos horas, la mujer sufre convulsiones sin que el remedio al que ha sido sometida surta ningún tipo de efecto. Alardo Prats, sufre casi tanto como la mujer, impotente al no poder hacer nada por ella.

-              Hay que darle agua bendita y tierra sagrada.

Dicho y hecho, de la pila del agua bendita se llena un humilde vaso al que se le agrega un puñado del mismo suelo donde se encuentran todos. La mujer bebe, tose y grita al sentir el agua en sus labios mientras el coro sigue entonando cánticos.
Al final, se desprende de uno de los lacitos azules, ya rojos de su propia sangre y las viejas entonan vítores de victoria pues consideran que uno de los demonios ya ha salido

-              Está mejor- dice una de las viejas-. Mañana será un día de gloria para ella.

-              ¿Ves a la virgen?- pregunta otra.

-              Sí.

El exorcismo parece que ha acabado. A la salida de la cueva esperan los familiares de la pobre desdichada

Las caspolinas.

Lo que ha presenciado nuestro protagonista, no es más que uno de los muchos ritos de exorcismo que se realizan a manos de estas siniestras ancianas en el interior de la cueva Santa. ¿Pero quienes son estas supuestas sanadoras?
Responden al nombre de “caspolinas”, puesto que la mayoría, por no decir todas, provienen de una localidad aragonesa llamada Caspe. En palabras del propio Alardo Prats:
“Aliadas del demonio, infunden a sus víctimas el terror y la sugestión de la posesión diabólica. Ellas mantienen una vasta organización, que se pierde entre los pueblos de las comarcas, en el misterio del secreto Realizan prácticas de brujería y cobran su trabajo.”
Y es que, en la entrada a la cueva de la Balma, por privilegios dados por los reyes de Aragón siglos atrás, se permite la recogida de limosnas que son recaudadas por las caspolinas llegando a obtener grandes beneficios económicos.
Todo parece indicar que, en efecto, todo el entramado de supuestas sanaciones, exorcismos y milagros que se producen en el interior de la imponente montaña, no son más que mero espectáculo y negocio montado por una auténtica mafia creada por estas siniestras mujeres que representan a la perfección su papel hasta el punto que las gentes acuden en tropel para ver en primera persona el prodigio.
Don Joaquin Ossed, un prohombre valenciano le confiesa a Alardo que no hay ningún prodigio ni del diablo ni de la Virgen y que “es la influencia de ocho siglos de superstición, mantenida y acrecentada por las caspolinas”.
Y es que, en efecto, el monasterio de la Balma lleva siendo venerado desde el año 1308 cuando supuestamente la Virgen se le apareció a un pastor y que, en el siglo XIII ya se recogió en la obra Cuarto de demoniacis et libertais ab aegritunidibus variis, del franciscano Gil de Zamora, aquello que ahora mismo está siendo visto por los ojos del periodista Alardo Prats.
Y aunque varios obispos de la sede de Tortosa intentaron acabar con ellos casi al mismo tiempo en el que comenzaron, la superstición fue mucho más fuerte y fue perdurando en el tiempo. Incluso, hubo un obispo que, ante su obstinación por acabar con aquella locura, recibió en su propio palacio a un alcalde de un pueblo de Teruel, acompañado de una comitiva, que le instó a dejar en paz a las caspolinas mediante el empleo de amenazas violentas.

El pueblo aprovechado.

Los reporteros que han acudido al lugar de los milagros, han montado su cuartel general y lugar de aposento en el pueblo de Zorita del Maestragzo, a escasa distancia del monasterio de la Balma.
Durante los paseos que, ya de noche da Alardo Prats, se interesa por saber que opinan los lugareños de los ritos y milagros que cada año por estas fechas se producen en la Balma.
En sus charlas con autoridades del lugar, como el cabo de la Guardia Civil, el Secretario del Ayuntamiento o el médico del pueblo, Alardo va dándose cuenta de la realidad del lugar.

-              Todos los pueblos de la cuenca del Bergantes (donde se encuentra Zorita) no creen en los demonios ni en la milagrería de la Balma. Casi todos los endemoniados que llegan a la cueva son gentes de pueblos lejanos, del Bajo Aragón, de Zaragoza, Huesca, de las provincias catalanas de las llanuras de Castellón y Valencia.

Según le comentan, los endemoniados no son más que enfermos mentales o con algún tipo de problema psíquico que acuden, en la mayoría de los casos obsesionados con el milagro y casi arrastrados a la fuerza por los familiares y vecinos de pequeños pueblos y que actúan sugestionados entre una mezcla de adoración, fervor religioso y terror.
Estas autoridades también aseguran que el pueblo no se beneficia en nada por este fenómeno que ocurre cada año.
Sin embargo, Alardo Prats contempla como los habitantes de Zurita se preparan para su propio provecho en estos días de locura. Así, algunos sacrifican parte de su ganado para ofrecer la carne a los acampados, otros se afanan de noche en hornear panes con el mismo fin y, en los tortuosos caminos que llevan al santuario, se establecen puestos de bebida y comida, ventas de velas y ex votos, así como, incluso, varios ciegos se han llegado hasta el lugar para entonar, a cambio de algunas monedas, sus famosos cantares que narran los exorcismos vividos.

Siguen los exorcismos.

Durante tres días agotadores y muy intensos, el periodista asiste atónito a las escenas que se van sucediendo en el interior de aquella cueva sagrada y a la vez macabra. A cada instante, nuevos enfermos acuden a la entrada oscura.
Desde el amanecer hasta que el sol se oculta de nuevo, la campana que se encuentra en la ermita comienza su desesperada canción, inundando todo el valle con tristes lamentos de bronce.

-              Tocan los niños- le dicen.- Es que los niños tocan la “campana de los endemoniados”… Así se llama.

Y en efecto, el periodista puede comprobar como las mujeres levantan a sus hijos, supuestamente endemoniados para que tiren de la cuerda que sostiene la campana. Otros niños sanos de malignas presencias, también son izados para tocarla, para prevenir alguna posible posesión. Al parecer la campana tiene un poder sobre las fuerzas del averno y los endemoniados se resisten a tocarla.
Alardo Prats revive de nuevo las escenas de las luchas atroces vistas anteriormente con la endemoniada de Codoñera. Luchas por acaparar la cuerda nudosa y mugrienta de la campana, aplastando otras en su afán por librarse de sus males.
Atónito mientras observa, Alardo vuelve a ver a la desdichada que, la tarde anterior vio sometida a los ritos de los lazos: la endemoniada de Codoñera, Josefa Monterde, ha sido lanzada como si fuera un pelele hacia un semicírculo dentro de la cueva. De nuevo, las manos huesudas de las caspolinas rodean el cuerpo retorcido de la endemoniada que vocifera obscenidades e insulta a la propia Virgen. Sin embargo, de pronto la desdichada cae como en un sueño plácido y está en calma. Se ha curado.
Ahora, Josefa Monterde abandona el altar donde ha ocurrido el milagro acompañada de las viejas quienes vitorean, bendicen, lloran y besan a los familiares de la infeliz.

Niños embrujados.

Después de ver pasar a varios endemoniados, Alardo Prats comprueba con terror como ahora le va a tocar el turno a tres niños pequeños. Tres criaturas traídas por las caspolinas y depositados cerca de los cirios que ennegrecen el techo de la gruta.

-              ¿Cómo es posible que estos tres infantes sufran a su tierna edad los tormentos horribles de la posesión diabólica?- pregunta.

-              Voluntad de Dios. Hay niño que en el claustro materno ya es presa de la maléfica influencia de los diablos. No se puede medir hasta dónde llega el poder del maleficio.

A estos pobres pequeños, también les colocan los lazos azules en los dedos pulgares mientras la indignación se apodera del periodista y un enorme griterío se forma en el interior de la cueva y los niños llaman desconsolados a sus madres.
Pero éstas no acuden sino que, optan por asistir arrodilladas e inmutables a la barbarie que están cometiendo con sus hijos, impertérritas ante los gritos desesperados de sus hijos.
Por fin, el horror termina. El traumático ritual ha cesado y ahora cada madre corre al lado de su pequeño para ponerles un vestidito nuevo.

-              Angelets, más les valiera no haber nacido- susurra una caspolina a escasos centímetros de Alardo.

Alardo, a pesar de estar horrorizado, sigue al pie del cañón y continúa presenciando la procesión de endemoniados que van llegando. La escena de los tres chiquillos le ha dejado tocado pero aún toca ver a una niña más.

Rosario Usó Petit, la endemoniada de doce años.

-              Está endemoniada desde los tres años- dice su madre mientras la pobre niña sigue sin protestar a las caspolinas-. Haz lo que te digan estas buenas mujeres.

Por lo que la madre de la niña cuenta a Alardo, desde los tres años comenzaron a ver en ella comportamientos que para nada se correspondían con su edad. Acuchillaba a los gatos y perros y mataba gallinas y en cuanto se ponía a su alcance un niño menor o más débil de ella, intentaba ahogarlo al tiempo que decía cosas que, según su madre, ella no había oído ni en quince años de casada.

 También asegura que la niña confesaba oír una voz que la llamaba y que, en mitad de la noche, se levantaba a escuchar la “música de Herodes”, una música que tan solo la pequeña podía escuchar.

-              ¿Qué música es esa?- pregunta Alardo.

-              Pues una música- le responden-que anda por los aires siempre, siempre, eternamente. Los que la oyen o quedan embrujados o mueren a los tres días en pecado mortal. La hacen oír por medio de un maleficio. Y esa voz que oye mi hija de noche, ¿qué puede ser sino obra de maleficio?

La familia de la pequeña está desesperada, incluso fue llevada a un convento para ver si la vida de las religiosas cambiaba el carácter de su hija. Pero las monjas la devolvieron a su casa agotadas y derrotadas por la pequeña.
 Después de una hora de ritos, con los lacitos azules, la niña sale de la cueva un poco más sonriente que cuando entró. Parece redimida, salvada de los diablos que la han poseído. Sin embargo, cuando ve al periodista, la mirada de la pequeña se enturbia y le dice.



-              Para que me toquen esas viejas no quiero estar más ahí dentro. Vámonos de aquí.
Tres días siendo testigo del horror.

Aún ve Alardo Prats muchos más endemoniados desfilar por la terrible y oscura cueva, y pasar por manos de las ancianas caspolinas durante los tres días que permanece en la Balma, como testigo asombrado de lo que allí ocurre y tomando notas para, posteriormente, plasmarlas negro sobre blanco para el rotativo para el que trabaja.
Durante esos tres días, la cueva a estado a merced de los exorcistas. La única representación de la Iglesia que se encuentra en aquel lugar corresponde al sacristán de la ermita.
Éste, es el que se encarga de recoger los regalos y ofrendas que hasta allí portan los familiares de los endemoniados y devotos de la Virgen. Hay de todo, desde cera a aceites. Pero sobretodo, lo que el viejo sacristán recoge los las monedas que, de forma incesante van cayendo en el interior, desde monedas de unos pocos céntimos de valor a billetes de 25 pesetas de la época, incluso hay quien ha lanzado una onza de oro como recompensa por los milagros que allí se realizan.
El viejo confiesa al periodista que, en años especialmente buenos, se ha llegado a recoger hasta ocho mil pesetas de la época en apenas tres días. También le relata que una junta lo administra y que parte va para el Ayuntamiento, parte para el Obispo y parte para la Rectoría.

-              ¿Y a la Virgen, que le queda?- pregunta Alardo.

-              A la Virgen no le falta nada. Tiene ropa, mantos, alhajas…

En efecto, Alardo Prats, corrobora las palabras del viejo sacristán cuando, el último día, la llamada junta administradora hace acto de presencia y reclama la recaudación obtenida

Fiestas paganas.

Tras tres días presenciando el rosario de enfermos que han acudido a la Balma, Alardo Prats presencia por último los campamentos de las gentes que han acudido en romería hacia este lugar santo. Ve entonces las hogueras, los cánticos, los bailes desenfrenados de estas personas e incluso se diría que entre ellas surge la pasión y el frenesí:
“Con las coplas vuelan relinchos de caballerías y alaridos humanos. No hay lugar donde no tiemble un grito, una copla o una música. El mayor milagro de la Balma es que no caiga del cielo una lluvia de fuego. Y estas gentes son la moralidad personificada…”
Comienzan entonces las músicas, por todas partes de escuchan rasgueos de guitarras, palmas y canciones. Las personas que allí se encuentran se abandonan a lascivos bailes agarrados, dando rienda suelta a sus instintos más bajos. En otros lugares, grandes corros de mujeres y hombres bailan salvajemente alrededor de hogueras enormes. Y cuando la calma va apareciendo al tiempo que los fuegos se consumen, el sonido que se escucha es el de suspiros, confidencias al oído y como dice Alardo: “rumores de vida entre los tojos y en las cuevas, en bosques y en caminos”.


Aún queda tiempo para una escena más. A la mañana siguiente, al son de la campana de los endemoniados, una procesión proveniente de Zorita hace su aparición. En la cueva ya no se permite la entrada a nadie y ahora todos los presentes esperan a la procesión en la que un gran demonio rodeado de danzarines monstruos representan el triunfo de Dios sobre los seres del Averno.

 De vuelta a Madrid.

Alardo ya ha visto en primera persona aquello que una noche fría alguien le contó al calor de la lumbre. Ya ha podido constatar que en determinados lugares, la superstición o creencia ciega de las personas han desatado escenas que ni el mismo Goya pudo siquiera imaginar.
 De esas experiencias, aparte de los artículos que con la periodicidad pactada, aparecían en el diario La Libertad, nació un libro. Una obra titulada “Tres días con los endemoniados”, una obra donde narra con todo lujo de detalles aquel horror que vieron sus ojos de periodista.


 Pero, ¿qué pasó con la Balma?
La historia de Alardo Prats ocurrió en septiembre de 1929, casi ha transcurrido un siglo desde aquellos sucesos y la verdad es que, de no ser por él, muchas personas ni siquiera hubiésemos oído hablar de la Balma y de los supuestos exorcismos que allí se realizaban.
Pero, ¿aún se sigue utilizando la ermita para practicar estas artes? ¿Continuaron haciéndose durante mucho más tiempo?
La respuesta es no.
Aunque no acabaron en aquel año, lo cierto es que aquellas prácticas no duraron mucho más así como las enigmáticas caspolinas.
En un artículo de Francisco Contreras Gil, quien se dedicó a rastrear la noticia como suele hacer este reportero, dio con el final de los exorcismos y los sitúa en el año 1935, cuando la Guardia Civil, por orden del comandante José Pitarch y ante el cariz que estaban tomando los rituales, que incluso llegaban a poner en peligro la vida de los supuestos endemoniados, acabó por la fuerza con aquellas escenas.

FRANCISCO MIRALLES: El bailarín de los zares.

Muchos han sido los valencianos y valencianas que han dejado su huella y son hoy recordados con los más altos honores. Otros, sin embargo, y...